Mi nombre es María Soy voluntaria de Vida Nueva Huesca Lea mi testimonio

Jesús, ese hombre sin igual que dio su vida por la mía.

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En victoria y para Su gloria

MI TESTIMONIO

Mi nombre es María. Tengo 59 años y hace 15 que llegué a Huesca en condiciones lamentables, rota por dentro y por fuera. Doy  gracias a Dios que vino a mi encuentro y puso personas excepcionales a mi lado. Hoy puedo contar mi testimonio en victoria y para Su Gloria.

Me case con 18 años, no por amor sino por capricho. Un chico llegó al barrio donde vivía y todas las chicas iban de tras de él. Mi orgullo que era muy grande, no permitió que fuera para nadie, solo para mí. Estuve  dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Tuve relaciones íntimas con él, se lo conté a mi padre y nos casamos.

Al año vino mi primera hija, tres años después la segunda, pero yo me sentía insatisfecha. Vinieron infidelidades por ambas partes, drogas, mucho desorden… Nos cambiamos de ciudad para ver si podíamos arreglar el matrimonio, pero cada vez era peor. Fui maltratada en varias ocasiones, pero la última me tuvo un mes sin poder salir de casa. Tomé la determinación de marcharme de casa, sin pensar a quien podía hacer daño. Mis hijas se quedaron con su padre y la abuela, y yo volé buscando mi satisfacción y libertad.

No me podía imaginar que ahí empezaría la verdadera esclavitud. Al principio todo bien, viajes, diversión, cero responsabilidad, mucho desorden… y caí en el mundo de las drogas. Primero pensaba que controlaba, hasta que la cocaína y la heroína me dominaron. Tenía que consumir sí o sí. Mentía, robaba, lo que fuera para conseguir mi dosis diaria, era un peligro para todo el que me rodeaba, pero yo no lo reconocía, ¡que necia!  

Cada vez más insatisfecha, más vacía, mi vida no tenía sentido. Solo quería morirme. Un día paseando, los pocos días que salía, escuché unas canciones cristianas, unos jóvenes estaban de retiro allí donde vivía. Algo se movió en mi interior, sentí la necesidad de cambiar de vida, no podía seguir así. Llamé por teléfono a mi hija mayor, ya casada, y le pedí ayuda. Ellos me abrieron las puertas de su casa. Ahí empezó a cambiar mi vida de nuevo, esta vez para bien.

Se reunían en una iglesia evangélica y les acompañaba a las reuniones. Allí conocí a esas personas que el Señor utilizó. Me amaron, me escucharon sin juzgarme, me ayudaron a poner mi vida en orden, a poner nombre a mi pecado y me ayudaron a encontrar el verdadero camino de la satisfacción. Me hablaron de Jesús, ese Hombre sin igual que dio su vida por la mía. Ellos eran, y son, voluntarios de VIDA NUEVA HUESCA. Hoy en día, yo también  sirvo como voluntaria y espero poder ayudar a otros como me ayudaron a mí.  

Gracias a esa transformación que Dios hizo en mi vida, pude amar, pedir perdón y perdonar al padre de mis hijas. Él también llegó a Huesca, estuvo ingresado en VIDA NUEVA, y lo que es imposible para el hombre, solo para Dios es posible. Después de muchos años, el Señor restauró la relación y pudimos sentarnos juntos a la mesa, hablar, pasear y disfrutar de nuestras hijas, yerno y nietos juntos, sin ningún rencor. Entre nosotros estaba el AMOR DE DIOS.